sábado, 7 de mayo de 2011

Humareda

El incendio se inicio en lo alto, en una montaña que apenas se veía desde los techos y con el claro del día. A nadie importo ni el fuego invisible ni las nubes de humo, apenas perceptibles. Con desidia los bomberos se dirigieron al evento. Nadie sabría el porqué del incendio. Por la tarde el humo se extendía a lo largo de otra montaña, el incendio se había propagado. El lejano espectáculo tenía sin cuidado a miles quienes apenas se percataban del incidente, en alguna fugaz mención del noticiero o por un rumor mal leído en internet. Esta vez con más urgencia, los cuerpos de bomberos salieron a atender el siniestro. La noche los hundió en la incertidumbre, un desagradable olor se esparcía por las calles, un olor a tizne, a hierba seca, a viento marchito, olores que mareaban a los transeúntes, a las amas de casa, a los niños que jugaban fuera. Los perros se escondían en un rincón, callados. La humareda se extendió espesa por todas partes, los faros de niebla de los autos, las deplorables luces del alumbrado, de las casas, no alcanzaban a despejar la visión. Por radio y por televisión se solicitó que la gente no saliera de sus casas. Los niños aburridos y acalorados trataban inútilmente de sacar a sus perros del rincón. Asomaba la gente por las ventanas, trataba de divisar algo más allá de la bruma, trataban de apagar el tufo con los ventiladores y uno que otro abanico improvisado. Pronto se hizo imposible andar por la calle, el humo cegaba completamente. Cuerpos tendidos de paseantes, de ciclistas, de gatos escapistas que ya no pudieron trepar o andar. La gente viajaba en los autos con el aire acondicionado encendido y las ventanas cerradas. Pero ellos tampoco se salvaron. Toda la ciudad caía en un lento letargo, en un sueño masivo que los hacía tumbarse en las sillas, en los sillones, en el suelo, en los brazos del otro. La fumarada se esparcía gruesa, pesada, sobre los tejados, dentro de las casas y los autos, dentro de los pulmones. Algunas lágrimas alcanzaron a resbalar de los perros que lo supieron desde antes. También los padres, las madres, los novios, los abuelos lloraron. Los niños sólo durmieron. Los bomberos nunca regresaron. Y el fuego no se apago.