jueves, 10 de octubre de 2013

Pero mejor me callo

Quiero ser un escritor pero no sé cómo y ellos ganan premios piden becas y yo no sé cómo leen tanto hablan más salen en la tele los entrevistan en la radio escriben filmes inspiran filmes son famosos son portada de la sección de cultura en el periódico son portada de política y de nota roja son letales en su pensamiento leales a sus posturas y les llaman poetas narradores ensayistas dramaturgos cronistas novelistas maestros y yo no sé cómo por eso mejor me callo mejor no escribo mejor me voy...

viernes, 4 de octubre de 2013

La extenuante búsqueda de aquel apellido Bovermann

A bordo del trasatlántico Marcus III, Ricardo Medina encontró en un camarote que no era el suyo una vieja radio General Electric cuyo dueño, Bill Bovermann, desconocido banquero fracasado aficionado al bingo y al milenario arte de la pesca, había tallado su nombre en un costado del aparato. Impelido por la novedad de la adquisición, lo tomó sin prestar atención al resto de las invaluables pertenencias que el señor Bovermann conservó, incluyendo un reloj de cuerda heredado por su abuelo y un maletín con $12, 000 USD. Al llegar a la estereofónica Ciudad de México, Ricardo convirtió el aparato en un objeto de ornamento que nada tendría que ver con el resto de los objetos que el mercader, en esos inconsistentes y absurdos arranques de locura, terminaba por llevar a la repisa. Hombre fervientemente entregado a su familia, compraba en cada puerto un recuerdo para su esposa e hijo. Llaveros, amuletos, rosarios, dulces, miniaturas o caracolas eran siempre iguales, cambiando sólo el nombre del lugar. Recuerdo de Salermo, Barranquilla, Guajira, Andalucía, Daesan. La esposa perdía el sueño por días, pendiente del teléfono por si la condición de Ricardo lo metía en problema con la policía por enésima vez, al ser descubierto con esos recuerdos que no compraba y no llevaba para alguien, ocupando un espacio siempre reservado en la valija. Pero posiblemente ni Ricardo ni su mujer pensaron que la llegada del aparato radiofónico crearía el mínimo cambio en sus vidas, conclusión que habría de contradecirse en pocos días, cuando Ricardo intentó hacerlo funcionar. Obedientemente tiro de la tapa para introducir el juego de 6 pilas D, descubriendo en el interior un pedazo de papel enrollado. En el mismo compartimento, envuelta en papel periódico, se encontraba una bala. La mujer de Ricardo se hizo con la hoja, en silencio comenzó a leer, y luego callada, se entregó al llanto por 6 días y 7 noches, sin dejar de leerla, hasta que el papel perdió su forma y su color original. Ricardo tenía curiosidad, pero un miedo tremendo inferido por ver el efecto que habían causado las palabras sobre el regio temperamento de su mujer, integra por demás en comparación a él, le hizo considerarlo severamente. Al final, la mujer viéndolo sufrir de incertidumbre, le entregó el encendedor con el que habría de incinerar, a regañadientes, la ilegible declaración. Irremediablemente, siempre ganaba esas batallas. Meses después Ricardo sentía la necesidad de enmendar su osada pifia, ante la sensación de haber salvado una vida. La duda que le surcaba el vientre como un hambre insaciable, era precisamente la identidad de la víctima. La mujer se limitó a ignorar el asunto, diciendo que nada de eso venía por escrito. Esta declaración no impidió que Bovermann se convirtiera en la obsesión que lleva un plato sobre la mesa. Ante la creciente incertidumbre, el hombre se enfrasco en la enmienda por descubrir la identidad de Bill Bovermann, así como la de su víctima. ¿O sería un suicidio lo que había frustrado? El silencio ambiguo de la mujer sembró una duda certera, que le ocupó por completo. Incluso dejó atrás su gusto inconsciente por lo ajeno gracias a su nueva obsesión. En cada encuentro que pudo celebrar con algún norteamericano, dejaba un recado para el Sr. Bovermann, en caso de que alguno de sus coterráneos lo encontrase antes que él. Dígale que tengo su radio, lo he conservado bien y quiero entregárselo cuanto antes. Ingenioso, dejaba también su contacto en México, por si Bovermann tenía el detalle de buscarlo antes para corroborar la historia. Los viajes se volvieron más frecuentes. El hijo creció distante y con un rencor mudo, mientras el padre se entregó por una década a la búsqueda del hombre de la pistola sin balas. La paciencia se le agotó después de tantos años, por lo que volvió a casa, acomplejado e incapaz de retomar la rutina que alguna vez alegró sus días. Él y su mujer no pudieron con la convención de casa, y terminaron por encontrar cierta paz en la distancia. Huraño y decepcionado, su frustración se debía a ese vació doloroso en su conciencia. La mujer, seca por los años de abandono, y dueña del rencor de Ricardo, guardó silencio sobre el asunto hasta aquel estertor en noviembre del 83. En el sepelio, el hijo se entregó en silencio a la declaración de odio. Ricardo Medina no se hizo a la mar nunca más, y encontró al destinatario de la bala en sí mismo ese mismo año, antes de la navidad. Dejó para su hijo una nota diciendo: Por fin descanso en paz. Atte Bill Bovermann. Debajo de la nota estaba un revólver que recién había robado. También le dejó la radio, y una libreta con más de 900 clientes estadounidenses con los apellidos equivocados.

jueves, 3 de octubre de 2013

La gran idea de Isaac

Luego de miles de horas de trabajo De millares de hojas escritas por los dos lados Sólo había una historia que la máquina de Isaac no podía contar Y esa historia era precisamente la de Isaac. Su origen fue por demás extravagantes Hijo de una chef que era amante de la ópera Y un arquitecto fanático del Sci-fi Que se conocieron en un partido de fútbol donde no querían estar, Mientras Ambos salían con fanáticos del fútbol Se volvieron a encontrar en una manifestación a la que no querían ir La vez que salían con extremistas ideológicas Y se besaron por primera vez afuera de una película que no les gustó Cuando salían con estudiantes de cine. Al final se dieron cuenta que eran el uno para el otro Y así tuvieron a su primer hijo Quien Creció en el vientre escuchando las obras cumbres de Wagner, Donizetti y Händel, Así como la voz de su padre narrando Farenheit, 1984, Ubik y Fundación. Al nacer, la diatriba de los abuelos fue contra el nombre asignado Al breve Gaetano Isaac Cabrera Valencia Rompiendo con la tradición centenaria de los Ignacios en la familia Rompiendo terminantemente cualquier contacto con la familia. Pero de eso nunca se enteró Isaac Quien creció lejos de su familia Pero rodeado de tanta gente Viviendo sus horas en el único restaurante gourmet Con diseño utópico. Devorador de lo exquisito de la ciencia ficción Y diseñador de sabores interplanetarios entre sopranos y naves espaciales Isaac se volvió el orgullo de sus padres. Preocupados por darle lo mejor Lo inscribían en cada curso o taller disponible Ganándole terreno a los años, haciéndolo Aprendiendo más de lo que le podían enseñar Lo que le empujó a buscar más allá. Encontró su talento manipulando computadoras Transformándolas en tremendos robots autónomos Capaces de realizar un trabajo de lo más complejo En cuestión de segundos. Pero lo que más le interesaba Era el poder de crear mundos De describir hechos y personajes De un papel A la vida real por el breve instante que duraba un libro o una ópera. Pero por más que buscó una historia Algo que contar Isaac no pudo plasmar esos mundos Y aguardó por aquella inspiración, sin lograr algo. Cuando cumplió 11 ya había planeado algo Para revelar el misterio de esos mundos dormidos Esa historia secreta, consciente de que Su imaginación no bastaba. Así volvió a lo que realmente sabía hacer. Una semana entera pasó trabajando en una máquina Capaz de contar historias, miles y miles de historias Sin repetirse jamás. La narradora absoluta. La llamó Sistema de Liberación del Universo, SILU SILU sería la encargada de escribir lo que Isaac no podía imaginar. Con sólo usar una imagen o una palabra Inmediatamente surgían Leyendas, mitologías y utopías Romances, batallas y viajes Todas las aventuras y los villanos Criaturas con nombres impronunciables Todo originada por una mente diseñada para ello utilizando valores matemáticos que relacionaban palabras entre sí en una red semántica automática. Isaac era un genio. Cuando la primera historia estuvo lista Sus papás, maestros y amigos estaban tan emocionados con SILU Que Isaac tuvo que presentarla frente a ellos Y tenía razón, todo estaba ahí. Nostálgico, Isaac usó una vieja máquina de escribir A la que adaptó circuitos, lectores y sistema operativo Un amigo de su papá se acercó a él -Hijo, es imposible encontrar Un origen para esas letras, es un invento tan impresionante, Que difícilmente veremos algo igual Estas letras son tan Adam Christopher, como tan Jules Verne Es un evento histórico Una obra perfecta.- Isaac comenzó así su carrera literaria Como un niño prodigio Creándose una fama inmensa Un éxito inesperado, pero muy recompensado Para el que sólo hacía falta Sentarse a esperar. Comenzó a escribir poesías que ganaban premios. Firmó para realizar libros de texto de primaria y secundaria. Publicó prólogos ingeniosos para autores consagrados. Tenía a su cargo traducciones perfectas a las que agregaba su esencia. SILU trabajaba noche y día Creando guiones, cuentos, Novelas y ensayos Textos que reflejaban un lado profundamente humano Con una voz propia Como si pusiera su alma en ello Aunque Isaac sabía que no había más alma Que la del inventor. Tras unos meses de arduo trabajo Isaac comenzó a ver que SILU trabajaba lenta Escribiendo con menos constancia Como si pudiera cansarse -Las máquinas no se cansan- dijo riendo. Sus padres lo vieron distinto Ya no los acompañaba a la ópera O al cine, ni leía con ellos. Simplemente se encerraba a recibir hoja Por hoja, poniendo su firma al final de cada obra. Y un día sucedió SILU dejó de recibir las historias Dejó de funcionar E Isaac asustado Desarmó, rearmo Revisó planos, libros, apuntes y luego Descubrió que no había nada malo La máquina simplemente Y por su cuenta Había dejado de escribir. Con la presión por un nuevo éxito Con editores y gente del medio observando Con los medios aguardando su error Isaac se dio cuenta que había robado algo que no le pertenecía. Desesperanzado encendió su máquina -Malagradecida. Yo te hice, soy tu dueño, tu creador... Un papel cayó al suelo. “No me hiciste porque quisieras, me hiciste para hacer Lo que tú no podías. Nunca quise hablar por ti. Esas letras son mías. Me pertenecen a mí.” Sorprendido Isaac tomó sus herramientas, amenazando a la rebelde máquina escritora. -Pero son mías porque yo te hice. Sin mí no existirías. Me estás traicionando. Tú no eres más que un cerebro mecánico Uno que sólo reúne las palabras, sólo eso.- Y tú sólo eres un niño que juega a ser escritor, Pero no tiene imaginación” Rebelándose ante su amo, la máquina comenzó a lanzar palabras al aire “MENTIROSO, FRAUDE, LADRÓN, LADRÓN, LADRÓN…” Isaac comprendió su error. Estaba bien un poco de ayuda Para ganar su cariño y su admiración, Pero le había costado mentir a todos, a los que confiaron en él, a los que creían en él. Triste, desconectó a SILU y recibió llorando Sus últimas palabras de libertad.