jueves, 9 de mayo de 2013

La otra reina

Vuelve a sonar el teléfono. Son las dos de la mañana. Desde que llegaste debieron ser doce, trece las llamadas que atendiste ya. Te renovaron tu contrato por un año y siete millones con la marca de los tintes, te invitan a la pasarela de la marca de autos, narrar un audio libro para niños, actuar en una serie de drama de superación personal, una entrevista en otra cadena. Esta última llamada la contestas medio dormida, medio fastidiada por tanta faramalla. Señorita Navarrete la hemos buscado desde en la mañana, sólo para confirmarle que sí puede usar la banda, el vestido y la corona en la inauguración. Y necesitan que vaya a revisar la obra antes, para darle su aprobación. La gran inauguración. Tu primer figura de cera. Le agradeces y le pides que trate de hablar a horas debidas. Cuelgas y te sumerges en la tina, orgullosa, ansiosa de ver inmortalizada tu figura perfecta, la belleza absoluta. Cien por ciento cera. Nada de mundana fibra de vidrio, no. Cera pura de abeja para poder mostrar la impecable forma de tus muslos, la tersura de tu escote, el busto firme que haga juego con el brillo de ese cabello natural idéntico al tuyo. Una obra maestra, un duplicado de la gran obra maestra de dios. El museo parece menos lujoso de lo que esperabas. Michael Jackson y Octavio Paz -dice en su tarjeta- adornan la entrada. Te dan un recorrido donde admiras a Marylin Monroe, Elvis Presley, los Beatles, la reina inglesa y a Vicente Fox. Harry Potter y El Niño del señor de los anillos y Blanca Nieves todos saludando con una sonrisa. Y en el taller ves la figura, de espaldas, con un vestido plateado, una banda que dice Miss Universo. La mano izquierda saluda, la derecha carga un bouquet enorme. Y es tu mano, idéntica. Y es el vestido una réplica impresionante. pero no son ni tu sonrisa, ni tu mirada, ni tu perfección, ni tu belleza. Tú gemela no lo es. Horrorizada, rompes en llanto, exigiendo una explicación, diciendo que la mujer que está ahí no eres tú. Y nadie dice nada. Los artistas que trabajaron cinco meses, los tres consultores del museo de cera alemán, tu representante y la guía observan solamente. Parada a un lado de la figura lo único que les distingue es el rímel escurriendo por tus pómulos, el cabello alborotado, la sonrisa angelical de la reina inmóvil. Les dices que todavía hay tiempo, que aún pueden arreglar los detalles, corregir la forma de los labios, la separación de los ojos, el ángulo de la nariz... Y todos siguen inmóviles, contemplando como cada detalle descuidado no está en la cera, sino en tu propia piel. Ni de chiste van a tocar la estatua le dice un alemán en español fluído. Rompes en llanto de nuevo, y entonces la ves. El arma perfecta, la solución para arrebatarle la fealdad a tu gemela, que grita en silencio debajo de esa falsa sonrisa que no quiere ser así, que quiere ser linda. La escuchas gritándole, quiero ser hermosa, como tú, perfecta, joven y eterna como tú... Tomas la navaja y arremetes en contra del rostro hermoso, que no alcanza a sentir el metal frío porque seis manos reaccionaron antes y te sujetan, luego otras dos te arrebatan la salvación de tu gemela y un par más golpean tu mejilla negra para tratar de regresarte del shock. Mientras te sacan tu gemela se carcajea al ver como te tratan de loca, y te sacan como a un perro, y te vuelves non grata en el recinto de las sonrisas muertas. Y todas las noches, piensas en tu perfección robada, en la belleza que ya no te pertenece y que se ríe de ti con tus propios labios, con tus ídolos de cera. Y el teléfono suena y ya no contestas. Te sumerges en la tina y prefieres ya no salir. Ya no eres más la única reina.

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