jueves, 9 de mayo de 2013

LOS SILENTES

La caminata se sufre. Este aire ajeno se siente cansado; por viejo ya no va ligero. Este aire permanece entre los años varado, como esperando. Entre los muros circula pero no escapa, se muestra, pero no se expone. No se muere, pero se queda. A veces he creído que nuestras voces siguen espacios distintos, urdiendo un discurso triste en los recovecos taciturnos. Esas voces sólo se oyen entre los huecos de las paredes, en lo recóndito de esos salones empolvados y olvidados por los niños que estuvieron alguna vez allí. Luego vienen aquellos, los de fuera, a decir qué bonito, qué rústico, cuánto folklor; qué lindo pueblo, pueblo chiquito, pueblo viejo, pueblo fantasma. Nos tragaron las leyendas, las visitas y los paisajes. Nos fuimos perdiendo entre gringos y paisanos que con admiración hipócrita fingían interés por nuestra desgracia, por ese final que tuvimos. Se gastan las horas robándonos nuestro espacio en sus fotos, nuestro suelo en sus zapatos. Nuestra historia en su indiferencia. Y a fuerza de resignación me cambio de ojos y veo mejor hacia atrás, cuando no éramos fantasmas para la gente. Esos días en que andábamos de arriba abajo, levantando temprano a los maridos, lavando los patios, fumando en las tardes y aguantándonos el frío en las noches. Ahora ya no sentimos eso ni lo otro. Y se extraña. Extrañamos el aroma de nuestros cuerpos, el sabor de la saliva y el sudor ajenos, sentir la sangre correr con el calor de antes, de antes del tiempo. Dejar las huellas en el polvo, respirar la humedad del suelo de lluvia, acariciar las mejillas de los hijos, rezar a la cruz frente al altar pidiéndole un favor, uno chiquito, uno más. Pero ya no nos escucha. Ni él ni nadie. Intentamos gritarle, suplicarle, igual a la gente, a los paseantes, nos acercábamos murmurando: aquí estamos, mírenos somos iguales, sólo más viejos, más secos; nuestra piel se deshace apurada, pero aún podemos estar. Sólo nos ignoraron. Aún lo hacen. Y aquí estamos, paseándonos sobre el empedrado infame, contemplando la ausencia de vida, la nulidad de los días que se corren sin que lo sepamos; en esta tierra nuestra el calendario que gobierna es el olvido. Y las disputas del suelo, de nuestro suelo, ya no son nuestras. La riqueza que quisimos preservar para el futuro se derrocha en manos de intrusos, el cariño y el respeto a nuestra gente es pisoteado por la ambición banal, brutal de los depredadores silentes. La opinión de los muertos no resuena más que en mi cabeza, y en el espacio que queda hueco bajo las ruinas que antes eran mi casa. Así que callados vamos marchando, entre silencios seguimos la travesía. Sabiendo bien que llegamos por donde vinimos, de ningún lado.

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