miércoles, 18 de marzo de 2009

A la hora de la merienda

Perturbo la tranquilidad de los altares
en una iglesia desierta y silenciosa.
Antes de cada paso voy prendiendo una vela
clausurando una petición .

Los muros me hablan de la gente que invitan a subir y a encerrar en este castillo
de tela, de oro y de relleno animal.
El aire da un aroma tan dulce y sutil al pasar por las piernas
y se incrusta en la madera del ventanal.

Aun cuando espió por las mañanas
paseo por las calles de la intimidad
acompañado de las personalidades de más alcurnia en los barrios del smog.

Es caricaturesco el sentimiento de éxtasis prolongada,
cuando sé que las miradas no van hacia mí.
Sólo en la esfera de la antigua soy delatable y condenado.
Sólo después de unos días soy enjuiciado y castigado.
Y mi firma se grafitea en las paredes de este cuarto sin salida de aire.

Mis cuadros se queman solitarios dentro de mi cabeza,
grite, grite y grite y sólo perdí la mitad de mi licor.

No hay comentarios:

Publicar un comentario